El último hombre es el primero en enterarse de que la humanidad ha llegado a su fin...el cine lo pone en evidencia y es evidencia misma de ello.
viernes, 27 de febrero de 2009
Conversaciones con Seferine
El extraño caso de don Benjamín el Bobo
- Me quedé, Seferine, sin saber qué sentía Benjamin ante su enfermedad
- ¿Y es que en algún momento estuvo enfermo?
miércoles, 25 de febrero de 2009
Perdido en un film
Hay películas que uno guarda en la memoria y en el corazón; películas que no podemos olvidar y que repasamos de vez en cuando. Creo que he visto más de quince veces Perdidos en Tokio, de Sofia Coppola. La he visto solo y acompañado: solo cuando sólo deseo confirmar mi soledad y medir el estado de mi corazón, y acompañado porque a uno le gusta compartir con la gente que quiere las pelis que uno ama y saber qué reacción provoca en ellos, lo que en últimas es el motivo principal por el que uno anda en un cineclub: para recordar el primer asombro, esa inocencia ya perdida en la primera vez. Por lo general el filme se lo he mostrado a casi todas mis amigas desde que salió en el 2003. Hoy la vi con alguien y decidí entonces hacer un balance de lo que me ha sucedido cada vez que la comparto (sé que suena petulante, como si fuese algo que sólo yo poseo pero en el fondo es así pues el entusiasmo con que la pongo en el DVD y las palabras que preceden a la exhibición pertenecen a mi)
El resultado es algo desalentador: la mayoría de las veces quedo con un vacio profundo cada vez que termina el film pues el rostro de mi acompañante denota cansancio y la incertidumbre que puede provocar el haber visto un filme donde no “ocurre” nada. Entonces todo mi entusiasmo queda por el piso pero no mi convicción de que es una pequeña obra de arte y me empeño aun más en dar argumentos para sustentar mi teoría. Mi amiga hoy, por ejemplo, ha dicho que la película es buena pero nada del otro mundo, que es triste y que el man (Bill Murray o Bob Harris, su personaje) es raro y feo.
Les digo entonces que es un film sencillo, original, honesto y bien realizado, en donde lo que no se muestra es lo que importa, lo que no se dice es lo que llena el film, ese supuesto vacio que viven los personajes es justamente lo que los obliga a estar juntos en un contexto que los arrastra el uno al otro. Es el fuera de campo lo interesante del film y ese beso final la prueba de un silencio que lo dice todo. Siempre me he preguntado qué pasaría si se encontraran diez años después, como le ocurre a los personajes de Richard Linklater en Antes del amanecer y Antes del atardecer y la respuesta que me dan las mujeres es que es un imposible porque es una relación producto de las necesidades de ambos en el momento. Pero yo me niego esa respuesta tan simple, quisiera creer que ambos trascienden la barrera de lo establecido, que su amor cruza ese obstáculo que lo físico impone.
lunes, 9 de febrero de 2009
"The Visitor" o el llanto "reprimido"
Por cosas de la Vida, y quizá de la Muerte también, no puedo llorar. Es decir, cuando quiero llorar no lloro, cuando quiero desprender una lágrima de mis ojos no lo logro, y este padecimiento, por llamarlo de alguna forma, me llevó a descubrir que el llanto no sólo se manifiesta con las lagrimas.
Al principio no le presté importancia, creí realmente que en vez de ser un mal sería una bendición a la hora de disimular emociones, de hacerme pasar por un hombre frio y no tener que secarme las lagrimas con un pañuelo. Pero todo se derrumbó en el primer momento en que sentí que lloraba y a la vez mi rostro seguía seco, como una piedra. Es difícil de explicar, quizá porque creo que es la sensación más extraña que he sentido en mi vida, como cuando uno cree que ocurre algo pero en realidad ocurre otra cosa… como cuando uno ve un film de David Lynch… sí, creo que es la mejor forma de explicar lo que se siente.
Me ocurrió la primera vez con un filme del que no quiero hablar simplemente porque no me interesa como obra cinematográfica pero su historia me afectó sobremanera, en su momento y en un determinado contexto logró manipularme. Se trata de Mi pie izquierdo, esa película en la que Daniel Day-Lewis actúa haciendo mucho esfuerzo y uno no sabe si compadecerse más del actor o del personaje que interpreta. Pero creo que en aquella ocasión no fui tan consciente de que lloraba en falso porque fue algo rápido y con cierto sentimiento de culpa absurdo y sin justificación.
Pero en esta ocasión, y con un filme que sí vale la pena como The Visitor, de Tom McCarthy, el mismo de otra magnífica película como lo es The Station Agent, las ganas de llorar eran tantas que no pude contenerme e hice esfuerzos sobrehumanos para hacer brotar una lágrima de mí. Lo curioso es que sentía como si estuviese llorando, podía percibir ese sabor amargo que van dejando las lagrimas a su paso por los labios en su descenso por el rostro enmudecido ante la pantalla pero mis manos sólo sintieron la áspera e incipiente barba. Entonces ¿sólo tuve un deseo y el recuerdo de una sensación que traje a mi memoria y creí real? ¿Tuve un llanto interior? Imagino a mi cerebro enviando la orden de “saquen lagrimas que este muchacho está que se llora ante una escena que es la misma que cada vez que ve en otras pelis lo pone a llorar”…. Como si fuera así de fácil. Qué habrá pensado mi cerebro luego de la derrota ante su cuerpo…”hice todo lo que pude, aún eres sensible pero tu cuerpo no es el mismo”
Ahora mismo escucho a Diamanda Galás, recuerdo el filme y empiezo a sentirme de nuevo en otra dimensión. Pensaba hablar de él pero creo que no es necesario porque es tan sencillo y original, tan simple y bien hecho que no hay necesidad de desmembrarlo, su piel está ahí, palpable: un hombre sensible e inteligente es a la vez un maestro mediocre y aburrido, viudo y sin pretensiones, con el único deseo de aprender a tocar piano para refugiarse en la música (su esposa era concertista), se encuentra con una pareja, ambos extranjeros, en donde el hombre es un percusionista que lo hará descubrir, no es la palabra adecuada pues él ya lo sabía, su verdadera vocación, el verdadero sentido de su vida.
Y veo esa escena en que ella entra a la habitación y se acuesta a su lado permitiendo que él la rodee y proteja con sus brazos, sin que aparentemente ocurra nada, y entonces sé de nuevo que estoy vivo y de que el cine es una de las tres cosas en este mundo que me mantienen con vida, pero a la vez también me doy cuenta de que no todo es perfecto pues cuando quiero llorar de verdad no lloro y, como una meta película, ese momento se convierte en una escena en la que un espectador ve cómo un hombre observa un film, aparentemente indiferente, y deduce que llora ante él sin la necesidad de que su llanto sea explícito.
Seferine ama el cine, por él muere y vive, recae y renace. En él se concentra lo que la vida esconde y no ofrece, al menos no siempre y no ahora. Bueno, eso dice ella y yo le creo porque entonces a quién sino a mí mismo. Porque ambos somos uno. Yo doy todo por ella y entre dialogo y dialogo me doy cuenta cada vez más de que somos muy diferentes pues los ideales no siempre son como uno los idealiza.