El último hombre es el primero en enterarse de que la humanidad ha llegado a su fin...el cine lo pone en evidencia y es evidencia misma de ello.

lunes, 9 de febrero de 2009

"The Visitor" o el llanto "reprimido"



Por cosas de la Vida, y quizá de la Muerte también, no puedo llorar. Es decir, cuando quiero llorar no lloro, cuando quiero desprender una lágrima de mis ojos no lo logro, y este padecimiento, por llamarlo de alguna forma, me llevó a descubrir que el llanto no sólo se manifiesta con las lagrimas.

Al principio no le presté importancia, creí realmente que en vez de ser un mal sería una bendición a la hora de disimular emociones, de hacerme pasar por un hombre frio y no tener que secarme las lagrimas con un pañuelo. Pero todo se derrumbó en el primer momento en que sentí que lloraba y a la vez mi rostro seguía seco, como una piedra. Es difícil de explicar, quizá porque creo que es la sensación más extraña que he sentido en mi vida, como cuando uno cree que ocurre algo pero en realidad ocurre otra cosa… como cuando uno ve un film de David Lynch… sí, creo que es la mejor forma de explicar lo que se siente.

Me ocurrió la primera vez con un filme del que no quiero hablar simplemente porque no me interesa como obra cinematográfica pero su historia me afectó sobremanera, en su momento y en un determinado contexto logró manipularme. Se trata de Mi pie izquierdo, esa película en la que Daniel Day-Lewis actúa haciendo mucho esfuerzo y uno no sabe si compadecerse más del actor o del personaje que interpreta. Pero creo que en aquella ocasión no fui tan consciente de que lloraba en falso porque fue algo rápido y con cierto sentimiento de culpa absurdo y sin justificación.

Pero en esta ocasión, y con un filme que sí vale la pena como The Visitor, de Tom McCarthy, el mismo de otra magnífica película como lo es The Station Agent, las ganas de llorar eran tantas que no pude contenerme e hice esfuerzos sobrehumanos para hacer brotar una lágrima de mí. Lo curioso es que sentía como si estuviese llorando, podía percibir ese sabor amargo que van dejando las lagrimas a su paso por los labios en su descenso por el rostro enmudecido ante la pantalla pero mis manos sólo sintieron la áspera e incipiente barba. Entonces ¿sólo tuve un deseo y el recuerdo de una sensación que traje a mi memoria y creí real? ¿Tuve un llanto interior? Imagino a mi cerebro enviando la orden de “saquen lagrimas que este muchacho está que se llora ante una escena que es la misma que cada vez que ve en otras pelis lo pone a llorar”…. Como si fuera así de fácil. Qué habrá pensado mi cerebro luego de la derrota ante su cuerpo…”hice todo lo que pude, aún eres sensible pero tu cuerpo no es el mismo”

Ahora mismo escucho a Diamanda Galás, recuerdo el filme y empiezo a sentirme de nuevo en otra dimensión. Pensaba hablar de él pero creo que no es necesario porque es tan sencillo y original, tan simple y bien hecho que no hay necesidad de desmembrarlo, su piel está ahí, palpable: un hombre sensible e inteligente es a la vez un maestro mediocre y aburrido, viudo y sin pretensiones, con el único deseo de aprender a tocar piano para refugiarse en la música (su esposa era concertista), se encuentra con una pareja, ambos extranjeros, en donde el hombre es un percusionista que lo hará descubrir, no es la palabra adecuada pues él ya lo sabía, su verdadera vocación, el verdadero sentido de su vida.

Y veo esa escena en que ella entra a la habitación y se acuesta a su lado permitiendo que él la rodee y proteja con sus brazos, sin que aparentemente ocurra nada, y entonces sé de nuevo que estoy vivo y de que el cine es una de las tres cosas en este mundo que me mantienen con vida, pero a la vez también me doy cuenta de que no todo es perfecto pues cuando quiero llorar de verdad no lloro y, como una meta película, ese momento se convierte en una escena en la que un espectador ve cómo un hombre observa un film, aparentemente indiferente, y deduce que llora ante él sin la necesidad de que su llanto sea explícito.

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Seferine ama el cine, por él muere y vive, recae y renace. En él se concentra lo que la vida esconde y no ofrece, al menos no siempre y no ahora. Bueno, eso dice ella y yo le creo porque entonces a quién sino a mí mismo. Porque ambos somos uno. Yo doy todo por ella y entre dialogo y dialogo me doy cuenta cada vez más de que somos muy diferentes pues los ideales no siempre son como uno los idealiza.

Seferine

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